jueves, 24 de abril de 2014

24 de abril: 23 meses sin ti...


Querida mamá:

Hoy hace veintitrés meses que  no estás. Seiscientos noventa días que dejaste de sufrir la maldita enfermedad. No querías irte, a pesar de todo, no querías irte. Pero el dolor que sentías era tan inmenso que sin duda alguna es lo mejor que te pudo ocurrir. Egoístamente hubiese detenido el tiempo para que te quedaras para siempre conmigo. Pero eso hubiese sido injusto para ti. Merecías descansar. Aunque eso significara dejarme aquí sola al frente. No es fácil hacer lo que tú hacías. Más bien, es imposible. Pero no dejo de intentarlo. Procuro hacerlo lo mejor posible. Como tú hubieses querido que lo hiciera.
Aunque todos los días son duros por no poder abrazarte, parece que cada 24 se agudice un poco más la tristeza. Puede ser también porque papá sufre mucho estos días y con su dolor y llanto son más difíciles de llevar.

No hay un solo día que no eche de menos tus besos y abrazos. He conseguido soñar contigo un par de veces y te he sentido muy bien. Eso me ha tranquilizado. Porque he sentido que estás bien, descansando. Y eso es lo realmente importante. Pero cada día que pasa siento más la necesidad de volver a sentirte piel con piel. Las reservas se me van acabando. Intento recordar las últimas veces que compartimos… y se me hace cada vez más duro.

Hoy, más que nunca, tengo presente esas imágenes que van rulando por las redes sociales que dicen, “daría lo que fuese por abrazar a alguien que tengo en el cielo una vez más”. Pues así es mamita. Así es. Ojalá el universo hubiera conspirado para que después de la muerte hubiese algunos minis encuentros con los que poder abrazar a las personas que tantos queríamos y que ya no están. Porque precisamente tus abrazos estaban llenos de vida, de energía positiva. Cuánto me gustaba ponerte mi mejilla para recibir los tres besos ¡cuánto mamita! Nunca más volveré a sentir esa sensación de amor profundo que sentía cada vez que lo hacías. Fuiste única para muchas cosas. Eras realmente una súper madre. Supiste darnos y exigirnos a cada uno en nuestra justa medida. Sabías hasta dónde podíamos llegar. La soledad y el vacío que siento cada vez que arrastro un problema y no te tengo para consultar.

Precisamente el otro día pensaba lo que me habrías dicho del viaje a Gandiol que haré este verano. Vi perfectamente la reacción que habrías tenido… fuiste tan expresiva siempre.
Solo espero que este dolor que siento por no poder compartir mí día a día contigo merezca la pena y sea porque tú estás descansando como mereces y estés feliz. Si es así, todo sufrimiento mío merece la pena. Porque por utópico que suene, fuiste una madre única y especial. Fuiste la mejor madre que Dios me pudo dar. Te quiero, no lo olvides.


Acuérdate de papá, Isa, JJ, Cuñado y Pili. 

No hay comentarios:

Publicar un comentario