Querida mamá:
Hoy hace veintitrés meses que no estás. Seiscientos noventa días que dejaste
de sufrir la maldita enfermedad. No querías irte, a pesar de todo, no querías
irte. Pero el dolor que sentías era tan inmenso que sin duda alguna es lo mejor
que te pudo ocurrir. Egoístamente hubiese detenido el tiempo para que te
quedaras para siempre conmigo. Pero eso hubiese sido injusto para ti. Merecías descansar.
Aunque eso significara dejarme aquí sola al frente. No es fácil hacer lo que tú
hacías. Más bien, es imposible. Pero no dejo de intentarlo. Procuro hacerlo lo
mejor posible. Como tú hubieses querido que lo hiciera.
Aunque todos los días son duros por no poder abrazarte,
parece que cada 24 se agudice un poco más la tristeza. Puede ser también porque
papá sufre mucho estos días y con su dolor y llanto son más difíciles de
llevar.
No hay un solo día que no eche de menos tus besos y abrazos.
He conseguido soñar contigo un par de veces y te he sentido muy bien. Eso me ha
tranquilizado. Porque he sentido que estás bien, descansando. Y eso es lo
realmente importante. Pero cada día que pasa siento más la necesidad de volver
a sentirte piel con piel. Las reservas se me van acabando. Intento recordar las
últimas veces que compartimos… y se me hace cada vez más duro.
Hoy, más que nunca, tengo presente esas imágenes que van
rulando por las redes sociales que dicen, “daría lo que fuese por abrazar a
alguien que tengo en el cielo una vez más”. Pues así es mamita. Así es. Ojalá
el universo hubiera conspirado para que después de la muerte hubiese algunos
minis encuentros con los que poder abrazar a las personas que tantos queríamos
y que ya no están. Porque precisamente tus abrazos estaban llenos de vida, de
energía positiva. Cuánto me gustaba ponerte mi mejilla para recibir los tres
besos ¡cuánto mamita! Nunca más volveré a sentir esa sensación de amor profundo
que sentía cada vez que lo hacías. Fuiste única para muchas cosas. Eras
realmente una súper madre. Supiste darnos y exigirnos a cada uno en nuestra
justa medida. Sabías hasta dónde podíamos llegar. La soledad y el vacío que
siento cada vez que arrastro un problema y no te tengo para consultar.
Precisamente el otro día pensaba lo que me habrías dicho del
viaje a Gandiol que haré este verano. Vi perfectamente la reacción que habrías
tenido… fuiste tan expresiva siempre.
Solo espero que este dolor que siento por no poder compartir
mí día a día contigo merezca la pena y sea porque tú estás descansando como
mereces y estés feliz. Si es así, todo sufrimiento mío merece la pena. Porque
por utópico que suene, fuiste una madre única y especial. Fuiste la mejor madre
que Dios me pudo dar. Te quiero, no lo olvides.
Acuérdate de papá, Isa, JJ, Cuñado y Pili.
No hay comentarios:
Publicar un comentario